Andar sola a las 22 h. un domingo de mayo por una avenida de Sevilla bastante concurrida, mientras te diriges a la casa de unos amigos, puede convertirse en una auténtica pesadilla.
Descubrir que tienes un desconocido andando detrás de ti, que aminora el paso justo cuando lo haces tú. Apreciar que lo tienes respirando justo en la nuca. Sentir que te roza. Tener que mirarlo a los ojos para que vea que te estás dando cuenta y, que si todo es un malentendido, te está dando miedo. Ver que se crece en ese momento y continúa pegado a ti, respirando.
No ser capaz de reaccionar.
Que lo único que se te ocurra sea meterte en una tienda abierta y llena de gente a esa hora, para esperar que él siga su camino. Sin querer creer que su camino seas tú. No decirle nada al seguridad de la tienda o a la patrulla de policía que pasaba en ese momento por allí porque, tan y como están las leyes, has de esperar que te haga algo para poder pedir ayuda (o no; cuestión de suerte).
Advertir que el desconocido ha vuelto tras sus pasos para entrar en la tienda y que va buscándote por los pasillos. Mandar un sms a tus amigos para que vengan a ayudarte. Comprobar cómo acuden en seguida.
Darte cuenta que no eres capaz de recordar cómo es su cara, cómo son los ojos que tuviste que mirar hace tan sólo un par de minutos. Ser capaz sólo de recordar su sudadera amarilla.
Es impresionante como, por un cobarde, se desvanece la seguridad de una persona en sólo unas décimas de segundos; tiempo más que sobrado para pasar de la tranquilidad al miedo.
A mis dos héroes particulares. Gracias.
Kiss – A World Without Heroes
